8 de noviembre de 2010

Carrusel

A mí lo que me gusta es subirme al carrusel y dar vueltas y vueltas y vueltas y flipar, tener mariposas en el estómago, sexo del bueno (solomillo), discusiones y reconciliaciones, aprender, nuevas aventuras, nuevas experiencias, compartir, viajar, pensar en dos…
Pero siempre llega un día en el que sales disparada del carrusel, te ostias contra el granito, te caes al suelo, escuece, duele, te levantas mareada, coja y tambaleándote, y tardas cierto tiempo en recuperarte.
Para aquellos que nos encanta el carrusel… la clave está en optimizar ese tiempo de recuperación. Pero… ¿cómo?

9 de marzo de 2010

Te describo

Unos adorables, carismáticos y brillantes ojos de 28 que me miraban, y me gustaban. No sólo ojos, también era unos 65kg de labia, teatro, ingeniería social, arrogancia y cabeza de chorlito. Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Italia… un viandante mundano, polifacético, alegre, sibarita e irremediablemente burgués; una mente inquieta en un cuerpo inquieto; un cerebro muy denso, con ojos, nariz, boca, patas. El tamaño de su boca competía con el tamaño de su ego y su tono de voz, y su modo favorito de relacionarse era con el soliloquio, monopolizando las conversaciones. Con él las horas, los días, los años, las etapas, cualquier pieza de tiempo mesurable, pasa desapercibido.

31 de agosto de 2008

Sin asunto

Esta vez, he hecho una pequeña recopilación de frases para leer en esos momentos de pérdida del optimismo y la fuerza, en los que sentimos que no somos capaces, en los que se nublan las soluciones por la continua retroalimentación, convirtiéndose en un círculo vicioso. Nunca nada nos queda grande, nunca ninguna caída es un fracaso, salvo si realmente lo creemos y nos dejamos someter a ello. Seguiremos siendo guerrer@s. Gracias H.

  • Si tú no creas el cambio, el cambio te creará a ti. Anónimo
  • Hazlo a lo grande o quédate en la cama. Larry Kelly
  • Siempre que caigas, trata de recoger algo. Oswald Avery
  • Una persona es aquello en lo que cree. Anton Chejov
  • Pueden hacerlo porque creen que pueden hacerlo. Virgilio
  • Si no compites con nadie, nadie puede competir contigo. Confucio
  • El desayuno de los campeones no son los cereales, sino los obstáculos. Nick Seitz
  • La genialidad es un 1% de inspiración y un 99% de transpiración. Thomas Edison
  • Dedica tiempo cada día a escuchar lo que tu musa está tratando de decirte. San Bartolomé
  • No importa lo lento que vayas, lo que importa es que no te detengas. Confucio
  • El que no tiene esperanza de ganar, ha perdido antes de empezar. José Joaquín Olmedo
  • Toma riesgos: si ganas, serás feliz; si pierdes, serás sabio. Anónimo
  • ¿No es la lucha e incluso los errores mismos lo que nos hacen mejores y nos ayudan a desarrollarnos, más que intentar alejarnos sistemáticamente de nuestras emociones? Vincent Van Gogh
  • Cuando el objetivo te parezca difícil, no cambies de objetivo; busca un nuevo camino para llegar a él. Confucio
  • Un problema es siempre una oportunidad para superarte a ti mismo. Duke Ellington
  • Cuando el destino te entregue un limón, haz limonada. Dale Carnegie
  • No envejecemos cuando vivimos, sino cuando perdemos el interés por la vida. M.B. Ray
  • Toda persona de valía inicia su lucha dentro de sí mismo. Robert Browing
  • Si las personas no hiciesen nunca tonterías, nunca se hubiese hecho nada inteligente. Ludwig Wittgenstein
  • La verdad de cualquier cosa reside en como las sentimos, y no en como las pensamos. Stanley Kubrick
  • …no acorrales nunca a un oponente, y ayúdale siempre a tener categoría. Evita la autosuficiencia, huye de ella como del demonio; nada ciega tanto. J.F. Kennedy
  • En cuanto uno acepta menos de lo que se merece, recibe incluso menos de lo que acepta. Maureen Dowd
  • La felicidad perfecta es la ausencia de su búsqueda. Chuang-Tse


23 de abril de 2008

Hueco

Ese niño era como un helado, un helado de limón, lo mismo de ácido y frío que de apetitoso y goloso. Tenía una dulzura que hacía que todas estuviesen locas por él. Era encantador y siempre estaba ahí cuando lo necesitabas… Intelectualmente alucinante y, en resumen, un auténtico manjar.

Sin embargo, bajo esa superficie brillante y bruñida se encontraba una calculadora con piel y patas. Arrogante y orgulloso hasta el hastío, era capaz de conseguir cualquier cosa, y la conseguía, a cualquier precio, utilizando cualquier recurso y sin ningún tipo de escrúpulo ni contemplación.

Además, era un ser autodestructivo, introvertido, antisocial, problemático, intolerante, egoísta, complicado e inaccesible… Cuando saltaba de repente con alguno de sus arrebatos, cual energúmeno, no había quién lo soportara. Las inseguridades y los complejos eran tan fuertes que le corroían el estómago y, para suplirlos, necesita subir su ego machacando a los demás.

Vamos, una persona por la que morirías para poder verla, al menos, una hora al día…

25 de abril de 2007

Yo. El Leñador

Yo vivía en el popular barrio de Los Cuentos Tradicionales y era el vecino de Alicia… Sí, la que se recorrió el País de las Maravillas gracias a Lewis Carrol…

Muchas veces, trabajaba en el mantenimiento de la piscina con forma de corazón de Caperucita La Roja, que se había hecho rica y famosa gracias a los potentes flujos de caja que le había proporcionado su historia, con lo que dejó atrás sus tendencias políticas para siempre y se convirtió en una reafirmada pija sin escrúpulos. Además, Los Tres Cerditos se hicieron gestores inmobiliarios y me encargaban bastantes trabajos, así que el dinero que ganaba era el suficiente para vivir.

En fin, que aquel era un barrio de famosos y yo, El Leñador, no pintaba nada allí, pero gracias a mis conocimientos de fontanería, electricidad e instalador, en general, y mi reputación como manitas, en particular, me salió este puesto. Y… Damas y caballeros, yo era el chapucillas del barrio de Los Cuentos Populares. No está mal, ¿eh? Después de diez años, sigo sin acostumbrarme, sobretodo cuando les da por pagarme con galletitas y mariconaditas por el estilo, que entonces me entran ganas de seguir talando árboles indiscriminadamente a pesar de haberme obligado a dejar mi profesión y firmar Kyoto. Aquello fue como perder mi identidad, ni IKEA me contrataba. Fue frustrante.

Sin embargo, mis mayores problemas me los proporcionaba Alicia la vecinita. Estaba loquita por mis huesos y tendones, me perseguía, me llamaba, no me dejaba tranquilo. Le daba por meterse en mi cuarto de baño en tamaño una pulgada para espiarme sentada en el cepillo de dientes -que parecía ser un lugar de gran visibilidad- y luego dibujaba corazones de vaho en el espejo a modo de firma.

Aquella niña me acosaba hasta el hastío, así que acabé citándola ante los tribunales.

- ¡Culpable! – dijo el juez fríamente.

- ¿Cómo? ¡Mierda!

Para más INRI fallaron a su favor, tachándome de infanticida por la cara. Después del juicio me fui a casa, entré en la cocina, abrí el cajón del pan y ¿qué me encuentro?: ¡otra vez la vecina! Más que infanticida, debería haberle soltado al juez: soy un “pulguicida”, señor. ¡No te jode!

Unos meses más tarde, me enteré de que Alicia había seducido a mi abogado, por lo que las probabilidades de salir bien parado en aquel juicio estaban tan fuera de mi alcance como ser el protagonista de algún cuento tradicional…

19 de abril de 2007

Antro

- ¿Qué hiciste el jueves por la noche? Al final no me llamaste…
- Sí, lo siento. Fui a patinar y después tenía una cita con…
- ¿Axel?
- Sí.
- ¿Sí? Va en serio ¿eh? ¿Y dónde fueron?
- Por ahí…
- Cuenta, cuenta… cuantos más detalles escabrosos mejor… ¿Qué tal?
- Fuimos a un sitio… Te sugiero que no vayas nunca… Era un lugar muy pequeño, muy oscuro y para más INRI pintado de negro, con lo que ya quedaba limitado a un público no claustrofóbico.
- ¡Vaya! ¿Te llevó allí o fue por azar?
- Sí, fue por azar… Déjame que te cuente, que vaya sitio maja… La música era… bueno, aquello no era música… Te juro que lo único que se oía eran gritos de gente asesinando guitarras, bajos y flautas... quizá gatos… Y el perfume era un insólito amasijo de alcohol de 96º, ratas muertas, desinfectante de retrete y humanidad polarizada, así que deberían señalizar, al menos, qué protecciones individuales han de utilizarse obligatoriamente antes de entrar allí, como la mascarilla para los que tienen un olfato extra sensible. El baño era lo mejor, si tenías la osadía de meterte en él… Casi me da algo cuando veo una rata muerta mientras hacía malabarismos con el bolso, la copa, el abrigo y mi trasero. Acabé meando en la calle.
- ¡Qué me estás contando! ¿En serio? ¿Una rata muerta? Pero ¿qué oías, los gritos de la gente o la música que ponían allí?
- Mira nena, me dio por preguntarle al encargado sobre la música y me contó que era un tío que acababa de salir de un psiquiátrico, felizmente ingresado por esquizofrenia, y que le había dado por el rock alternativo… y tan alternativo, porque no veas cómo le daba a la flauta… Ciertos tonos a ciertos decibelios deberían estar prohibidos por ley. Bueno, y la rata… la rata se llamaba Flippy, y era la compañera de piso del encargado…
- ¡Es tremendo! ¡Qué dices!
- Los vasos, expuestos al alcance de cualquiera, habían perdido su transparencia original y tornado a un color castaño por el uso, la cal, el tratamiento de aguas residuales o la falta de inspección sanitaria, escoge una opción. Mejor llévate tu propio vaso y que te pongan la copa, si es que, por incauta, acabas allí. Eso sí, observa mientras te la ponen, investiga y analiza los resultados del servicio acaecido y, si te atreves, bébetela. Sería curioso observar los desenlaces estomacales del día siguiente…
- ¿Y el ambiente, la fauna?
- Afortunadamente, las cucarachas mami eran invisibles, y no era la fauna más preocupante, a decir verdad, pero se podían ver los huevos cuando cometías el error de sentarte cerca de la barra. Sin embargo, los adictos al local eran fácilmente reconocibles. El que no se metía el dedo en la nariz para sacarse un moco y pegarlo bien debajo de la barra, bien donde tocaba por azar, se lo metía en la oreja que pillara más cerca –la suya, la del colega, la tuya, la de todos- y entonces lo veías saboreando la cera con fruición… También encontrabas a alguno oliéndose su propio sobaco peludo y fanfarroneando con otro sobre la longitud y el brillo de su bello corporal... Bueno, no quiero ni pensar qué clase de potaje de extraños tropezones se estaba comiendo uno que vi por allí…
- ¡Increíble! Yo sólo veo tres opciones: han sobornado al inspector de sanidad, es pariente del dueño o es el futuro de los bares de copas… ¿Y cuánto tiempo duraste allí?
- 2 minutos y 37 segundos.
- Lo que hace el amor…

18 de abril de 2007

La Cita

Después de haber tenido durante toda mi vida sexo esporádico y sin amor, con personas variopintas y en lugares tan dispares, que me invitasen a cenar resultó ser una experiencia totalmente nueva para mí. Su plan era: cocinar, comer, salir y bailar. 
Mi plan era: comer, bailar, trasnochar y follar. Obviamente, no le iba a comentar las diferencias entre mis planes y los suyos, pero vamos, como soy una persona abierta, pensé que su idea de cita no estaría mal del todo, y acepté gustosa y con las hormonas en posición de defensa.
Cuando por fin llegó el viernes noche, busqué las galas y la barra de labios más sensuales que tenía en el armario, me calcé con mis tacones de la suerte –cómodos, seductores y elegantes- y fui a su casa. Tenía tantas expectativas puestas en aquella cita, que temía que se vieran frustradas al final de la noche.
Encontré su casa rápidamente. Llamé al timbre. No salía nadie. Llamé otra vez, esta sí. Abrió la puerta, le vi y le saludé con un inocente beso en la mejilla. No me tiré encima de él por no olvidar que era tímido y que podría reaccionar inesperadamente. Me ponen los tímidos.
Todo iba a la perfección. El menú era exquisito y afrodisíaco, el vino espléndido y la compañía… De repente me vi envuelta en el huracán de la seducción y haciendo cábalas sobre el momento idóneo para lanzarme descaradamente y atacar. Aquella situación me recordaba a los documentales de la 2, cuando una viuda negra tejía su tela de seda para cazar a su desvalida presa… Pero pensé que aún no era el momento y que, seguramente, huiría para esconderse. Así que, tal y como estaban las cosas, decidí armarme de paciencia e invitarle a una copa a algún pub para sacarlo a bailar y, de paso, llevarlo al terreno que más dominaba: allí no se me escaparía.
Varias copas más tarde, el sutil estado de embriaguez solidario inducía nuestras ganas de reír y que nuestras feromonas flotaran en el aire y volaran del uno al otro como las esporas en plena época de alérgicos. Sin embargo, la noche estaba a punto de terminar y, según parecía, el único sitio en el que iba a poder bailar era en la pista.
Me llevó a casa. Nada de sexo, por eso paso, pero nunca le perdonaré que me dijera que no cuando le invité a subir. Sin embargo, se despidió con uno de esos besos salvajes en los que el oxígeno de todas las arterias del cuerpo se concentran en la boca… y la lengua... Entonces me di cuenta: me había enamorado. Casi lloro.